“Novicio rebelde en el convento de los monjes obedientes”, lo llamó Wilson Martins. “Literatura es diversidad. No se puede hacer una dictadura estética literaria”, dijo el poeta. Son dos frases que definen el carácter y la obra artística de Lêdo Ivo (Maceló, 1924-Sevilla, 2012). Su nombre empezó a difundirse con fuerza en nuestro país gracias a un poema de Juan Carlos Mestre: “Cavalo Morto”.
Martín López-Vega prologa y traduce Relámpago, último poemario de Ivo. Las veintidós páginas de su introducción describen detalladamente el ambiente familiar, los inicios, las luchas y transgresiones del escritor brasileño. Asimismo el rumbo que traza su poesía. Rodeado de autores que componen versos cortos, él opta por la expresión extensa y narrativa. Descree de la escritura que huye de la angustia humana. Supera los límites de las modas creativas. Rechaza el formalismo. Domina la métrica; no la concibe como cárcel. Mezcla con gracia su cultura personal y un decorado colectivo. Acaba consiguiendo una especie de inocencia estoica: “Y el dolor es dolor inútil, vano lamento / de ave deshecha en desprendida pluma”.
Existe un claro conocimiento en este libro breve, publicado por primera vez en español y portugués. Se sabe que, pocos años antes de morir, Ivo aumenta su ritmo de producción literaria. La necesidad imperiosa de expresarse va en compañía de un tono austero. Así encontramos una ética pudorosa, sin ruido dogmático. El poeta observa las prisas de los hombres, transeúntes desorientados; la similitud entre la vida y los movimientos de una serpiente; el oro convertido en humareda. Sus títulos escuetos (“La laguna”, “Invectiva”, “La batalla”, “El ignorante”, etc.) son coherentes con unos versos que, despojados de adornos, nos hablan de un viaje sin faro ni pasaporte: “Y nada comienza o termina. Y nada vive en mí / salvo un rumor de hojas, / salvo el caer de las hojas en la espesura”.
La edición de Relámpago incluye un epílogo de ocho páginas escritas por el pintor Gonçalo Ivo, hijo del poeta. Son reflexiones emocionantes sobre la personalidad de un padre que identifica el paraíso con la contemplación de un seto humilde. El lector disfruta con los paseos, la imagen de Lêdo Ivo que recita a Camões, su descubrimiento de las palabras, los días finales de su vida, algunas perplejidades íntimas. El libro finaliza con trece facsímiles que nos permiten conocer la manera de trabajar de un autor destinado a convertirse en clásico.
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