Era un día de invierno, de esos días que huele a Navidad y el frío empaña los cristales, cuando las narices se ponen coloradas y las manos lilas...
Paseaba por la ciudad un aprendiz de carpintero, digo aprendiz porque nunca se sabe un oficio por completo, que observaba los edificios y sus detalles; las puertas, las ventanas, los tejados... y suspiraba por llegar a ser algún día el mejor de todos los arquitectos de la madera. Pensaba: “algún día haré la puerta de una catedral o quizás las ventanas de un famoso museo”, y así, soñando en las bellezas que haría, llegó a su destino.
Eran tan bonitos los trabajos que realizaba con la madera que un día el rey lo llamó a palacio para hacerle un encargo muy importante. Tenía que construir las escaleras más grandiosas de la historia. Estas escaleras serían el acceso al museo principal de la ciudad:
EL MUSEO DE LOS SUEÑOS POR REALIZAR.
El aprendiz de carpintero se introdujo en el edificio, aún por inaugurar, para verlo pues le llamó mucho la atención el tema del museo. Recorrió salas y salas de sueños por realizar mientras su mente pensaba en las grandiosas escaleras que sólo él habría de construir... le pondría peldaños de ocho centímetros y dibujos de dragones, el tono de la madera sería marrón rojizo o color miel, cuando de repente un sueño por realizar llamó su atención. Era el sueño de un ser diminuto (que no es una persona pequeña) que nunca podía ir al cine, los teatros, museos, hospitales sin ayuda porque no podía subir las escaleras, algo que ocurrió en el pasado se lo impedía y esto hacía que no se sintiera feliz. Nuestro amigo se quedó muy pensativo con este sueño, tanto que estuvo pensando en él toda la noche.
El día de la inauguración el Rey se vistió con sus mejores galas y todo el pueblo estaba allí, impacientes por contemplar las majestuosas escaleras que el Rey había prometido. Pero cual no fue su sorpresa al ver que aquello no eran escaleras sino una enorme y horrorosa RAMPA. -”Que venga inmediatamente a mi presencia el constructor de escaleras”, dijo el Rey.
Cuando el joven carpintero llegó, el Rey, más y más acalorado le preguntó: -”cómo te has atrevido a contradecir mis órdenes...”, y él emocionado le respondió:” Majestad, las escaleras no son importantes, yo he conseguido realizar un sueño”. Pero el Rey, muy enfadado lo mandó expulsar del reino a una lejana isla. Entonces destruyó la enorme rampa y mandó construir unas escaleras.
El Rey estaba muy contento con sus escaleras nuevas y cada año visitaba el museo sin darle importancia a los sueños por realizar. Se divertía subiendo y bajando aquellas escaleras pero cada año le pesaban más y los peldaños se le hacían más y más altos hasta que un día fueron inalcanzables para él y recordó al constructor de rampas que había desterrado. Entonces avisó a sus guardias: “pronto, buscad al constructor de rampas y traedlo a mi presencia”. Cuando los soldados llegaron a la isla descubrieron con sorpresa que aquel lugar inhóspito e inaccesible se había convertido en la ciudad de las rampas y todos sus habitantes tenían acceso a todos los lugares sin ninguna dificultad.
“Constructor de rampas”, -gritaron los soldados-,”el Rey os reclama a su presencia”.
Llegó por fin a la ciudad y el Rey se llenó de alegría al verlo de nuevo, entonces le dijo:”creo que me equivoqué y que los sueños son más importantes que estas estúpidas escaleras. Quiero que, desde ahora en adelante, tú seas el constructor oficial de rampas del reino y que todas las escaleras queden abolidas”.
Todavía quedan en el mundo constructores de escaleras, pero gracias a los constructores de rampas muchos sueños pueden hacerse realidad.
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