No era fácil escribir historias. Al volverse palabras, los
proyectos se marchitaban en el papel y las ideas e imágenes
desfallecían. ¿Cómo reanimarlos? Por fortuna, allí estaban
los maestros para aprender de ellos y seguir su ejemplo.
Flaubert me enseñó que el talento es una disciplina tenaz y
una larga paciencia. Faulkner, que es la forma –la escritura
y la estructura– lo que engrandece o empobrece los temas.
Martorell, Cervantes, Dickens, Balzac, Tolstoi, Conrad,
Thomas Mann, que el número y la ambición son tan
importantes en una novela como la destreza estilística y la
estrategia narrativa. Sartre, que las palabras son actos y
que una novela, una obra de teatro, un ensayo,
comprometidos con la actualidad y las mejores opciones,
pueden cambiar el curso de la historia. Camus y Orwell, que
una literatura desprovista de moral es inhumana y Malraux
que el heroísmo y la épica cabían en la actualidad tanto
como en el tiempo de los argonautas, la Odisea y la Ilíada.
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